MI VIDA
MAO TSE TUNG
EDITORIAL QUETZAL
Buenos Aires
Traducción de
P. Alvarado y P. Díaz
© by Editorial Quetzal, 1973
Hecho el depósito que marca la
ley 11.723
Printed in Argentina - Impreso
en Argentina
Nací en el pueblo de Shao-Shan,
en Hsang Tan-Hsien,
provincia de Hunan, en 1893. Mi
padre se llamaba Mao Jensheng,
y el nombre de soltera de mi
madre era Wen-shi-mei.
Mi padre era un campesino
pobre: muy joven, debió unirse
al ejército porque tenía
pesadas deudas. Fue soldado durante
muchos años. Más tarde, volvió
al pueblo donde yo nací;
ahorran do cuidadosamente y
obteniendo un poco de dinero de
un pequeño negocio y de otros
trabajos, pudo readquirir su
tierra.
Nos convertimos en campesinos
medios: mi familia poseía
quince múes (el mu corresponde
a 631 metros cuadrados) de
tierra. Podía cosecharse
sesenta tan (el tan corresponde a 60
kilogramos) de arroz al año.
Los cinco miembros de mi familia
consumíamos un total de treinta
y cinco tan, lo que dejaba un
excedente anual de veinticinco tan.
Gracias a este excedente, mi
padre acumuló un pequeño
capital y, en un momento dado,
compró siete nuevos múes, lo
que dio a mi familia el rango de
campesinos “ricos”. Pudimos
desde entonces cosechar ochenta
y cinco tan de arroz por año.
Cuando tenía diez años mi
familia no poseía más que
quince múes de tierra y estaba
constituida por mi padre, mi
madre, mi abuelo, mi hermano
menor y por mí. Después de que
hubimos comprado los siete múes
suplementarios, mi abuelo
murió, pero nos llegó un nuevo
hermano. Por tanto, nosotros
teníamos todavía un excedente
de cuarenta y nueve múes de
arroz por año, gracias a lo
cual los negocios de mi padre
prosperaron.
En la época en que él era un
campesino medio, se ocupó
del transporte y la venta de
granos, lo que le reportó algo de
dinero. Después de convertirse
en un campesino “rico”, se consagró
más y más a este trabajo.
Contraté un obrero agrícola por
toda la jornada y hacía
trabajar a sus hijos y su mujer en la
finca. Comencé los trabajos de
campo cuando tenía seis años.
Mi padre no tenía almacén para
su negocio. Se limitaba a
comprar el grano a los colonos
pobres y lo transportaba hasta la
ciudad donde los comerciantes
le pagaban más caro. En
invierno, cuando se hacía la
siembra de arroz, se contrataban los
servicios de un trabajador
agrícola suplementario para trabajar
en la finca, lo que hacía que
en ese momento tuviésemos siete
bocas que alimentar. Mi familia
se alimentaba frugalmente,
pero siempre comió según su
necesidad.
A los ocho años, comencé a
asistir a una escuela primaria
local, donde permanecí hasta
los trece. En la mañana temprano
y en la tarde trabajaba en la
finca. Durante el día leía las
Analectas de Confucio, y los
cuatro clá sicos. Mis maestros
chinos eran partidarios de la
mano dura. Eran exigentes y
severos y golpeaban
frecuentemente a sus alumnos. Cuando
tenía diez años me escapé de la
escuela, y tenía temor de volver
a casa y ser castigado. Caminé
durante tres días orientándome
en forma aproximada hacia la
ciudad que creía en algún punto
de un valle, hasta que fui
encontrado por mi familia. Me di
cuenta entonces que había dado
una vuelta a la redonda en todo
mi viaje y que no me había
alejado más de ocho li de mi casa.
Después de la vuelta a mi casa,
si embargo, con gran
sorpresa para mí, mi situación
mejoré. Mi padre me tomó más
en cuenta y el profesor moderé
su actitud. El resultado de mi
acto de protesta me impresionó
mucho. Era una “huelga”
victoriosa.
Mi padre quiso que comenzara a
llevar los libros de la
familia desde el momento que
supe algunos números. Quiso
que yo aprendiera a servirme
del ábaco. Como insistiera, me
dediqué a estas tareas en la
tarde. Mi padre era un amo exigente.
Detestaba yerme ocioso y si no
tenía libros que llevar, me hacía
trabajar en la finca. Era de
carácter arrebatado, golpeándonos
frecuentemente a mis hermanos y
a mí. No nos daba nunca
dinero y la comida era poco
abundante. El día 1 de cada mes,
hacía una concesión a sus
obreros y le s daba huevos con arroz,
pero jamás les daba carne. A mí
no me dio huevos ni carne
jamás.
Mi madre era una mujer amable,
generosa y simpática,
siempre dispuesta a repartir lo
que poseía. Sentía piedad por los
pobres y les daba a menudo
arroz cuando venían a pedirle
durante las hambrunas. Pero no
podía hacerlo en presencia de
mi padre. El desaprobaba la
caridad. A propósito de esto
tuvimos numerosas discusiones
en casa.
Existían dos “partidos” en la
familia. Uno lo representaba
mi padre, la Autoridad
Directora. La oposición estaba formada
por mí, mi madre, mi hermano y
a menudo, también el obrero.
En el “Frente Unido” de la
oposición, sin embargo, existían
diferencias de opinión. Mi
madre mantenía una política de
ataque indirecto. Criticaba
toda exteriorización de sentimientos
íntimos y toda tentativa de
rebelión abierta contra la Autoridad
Directora. Expresaba que ese no
era el método chino.
Pero cuando tuve trece años
descubrí un argumento de
peso para discutir con mi padre
en su propio terreno, consistía
en citarle los clásicos. Las acusaciones
favoritas de mi padre
consistían en acusarme de
holgazanería y de irrespeto hacia él.
Yo citaba para responderle
pasajes de los clásicos que
ordenaban a los mayores ser
amables y afectuosos. Cuando me
acusaba de ser holgazán, le
respondía que las personas mayores
deben trabajar más que los
jóvenes, que teniendo él tres veces
mi edad, debía trabajar por lo
tanto más que yo. Le expresaba
que cuando alcanzase su edad
sería bien dinámico.
Mi padre continué “amasando
riquezas”, o mejor dicho,
algo que era considerado como
una fortuna en el pueblo. No
compró más terrenos, pero
numerosos habitantes hipotecaron
con él sus terrenos. Su capital
ascendía a dos mil o tres mil
dólares.
Mi descontento crecía. Un
combate dialéctico se
desarrollaba siempre en nuestra
familia. Ocurrió algo que
recuerdo particularmente. Cuan
do tenía apenas trece años, mi
padre tuvo un día numerosos
invitados a la casa y delante de
ellos tuvo lugar una disputa
entre nosotros. Me acusó ante todos
de ser inútil y holgazán.
Enfurecí. Le maldije y abandoné la
casa. Mi madre corrió detrás de
mí y me conminó a volver. Mi
padre también me siguió, me
maldijo y también me pidió
regresar. Fui hasta la orilla
de un es-tanque y lo amenacé con
lanzarme si se acercaba. En
esta situación, ofertas y
contraofertas fue ron cambiadas
para la cesación de la guerra
signo de sumisión. Acepté
inclinar una rodilla si me prometía
no castigar me. Es así como
terminó la guerra, aprendí que
mientras defendía mis derechos
rebelándome abiertamente, mi
padre se aplacaba, pero cuando
permanecía humilde y sumiso,
me maldecía y me golpeaba de lo
lindo.
Reflexionando, creo que al fin
de cuentas vencí la
severidad de mi padre. Aprendí
a aborrecerle y se creó contra él
un verdadero “Frente Unido”. Al
mismo tiempo, esta severidad
me hizo bien, sin duda: me hizo
llevar los libros con cuidado
para que él no tuviese ocasión
de criticarme.
CÓMO SE FORJA UN HOMBRE NUEVO
( EL DOCUMENTO COMPLETO LO PUEDEN DESCARGAR EN EL SIGUIENTE LINK http://www.mediafire.com/view/?2zf2zqwyblfp8ov
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