miércoles, 17 de abril de 2013

MI VIDA- PRESIDENTE MAO TSE TUNG

 MI VIDA
 MAO TSE TUNG
 
EDITORIAL QUETZAL

Buenos Aires
Traducción de
P. Alvarado y P. Díaz

© by Editorial Quetzal, 1973
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
Printed in Argentina - Impreso en Argentina

 
Nací en el pueblo de Shao-Shan, en Hsang Tan-Hsien,
provincia de Hunan, en 1893. Mi padre se llamaba Mao Jensheng,
y el nombre de soltera de mi madre era Wen-shi-mei.
Mi padre era un campesino pobre: muy joven, debió unirse
al ejército porque tenía pesadas deudas. Fue soldado durante
muchos años. Más tarde, volvió al pueblo donde yo nací;
ahorran do cuidadosamente y obteniendo un poco de dinero de
un pequeño negocio y de otros trabajos, pudo readquirir su
tierra.

Nos convertimos en campesinos medios: mi familia poseía
quince múes (el mu corresponde a 631 metros cuadrados) de
tierra. Podía cosecharse sesenta tan (el tan corresponde a 60
kilogramos) de arroz al año. Los cinco miembros de mi familia
consumíamos un total de treinta y cinco tan, lo que dejaba un
excedente anual de veinticinco tan. Gracias a este excedente, mi
padre acumuló un pequeño capital y, en un momento dado,
compró siete nuevos múes, lo que dio a mi familia el rango de
campesinos “ricos”. Pudimos desde entonces cosechar ochenta
y cinco tan de arroz por año.

Cuando tenía diez años mi familia no poseía más que
quince múes de tierra y estaba constituida por mi padre, mi
madre, mi abuelo, mi hermano menor y por mí. Después de que
hubimos comprado los siete múes suplementarios, mi abuelo
murió, pero nos llegó un nuevo hermano. Por tanto, nosotros
teníamos todavía un excedente de cuarenta y nueve múes de
arroz por año, gracias a lo cual los negocios de mi padre
prosperaron.

En la época en que él era un campesino medio, se ocupó
del transporte y la venta de granos, lo que le reportó algo de
dinero. Después de convertirse en un campesino “rico”, se consagró
más y más a este trabajo. Contraté un obrero agrícola por
toda la jornada y hacía trabajar a sus hijos y su mujer en la
finca. Comencé los trabajos de campo cuando tenía seis años.
Mi padre no tenía almacén para su negocio. Se limitaba a
comprar el grano a los colonos pobres y lo transportaba hasta la
ciudad donde los comerciantes le pagaban más caro. En
invierno, cuando se hacía la siembra de arroz, se contrataban los
servicios de un trabajador agrícola suplementario para trabajar
en la finca, lo que hacía que en ese momento tuviésemos siete
bocas que alimentar. Mi familia se alimentaba frugalmente,
pero siempre comió según su necesidad.

A los ocho años, comencé a asistir a una escuela primaria
local, donde permanecí hasta los trece. En la mañana temprano
y en la tarde trabajaba en la finca. Durante el día leía las
Analectas de Confucio, y los cuatro clá sicos. Mis maestros
chinos eran partidarios de la mano dura. Eran exigentes y
severos y golpeaban frecuentemente a sus alumnos. Cuando
tenía diez años me escapé de la escuela, y tenía temor de volver
a casa y ser castigado. Caminé durante tres días orientándome
en forma aproximada hacia la ciudad que creía en algún punto
de un valle, hasta que fui encontrado por mi familia. Me di
cuenta entonces que había dado una vuelta a la redonda en todo
mi viaje y que no me había alejado más de ocho li de mi casa.
Después de la vuelta a mi casa, si embargo, con gran
sorpresa para mí, mi situación mejoré. Mi padre me tomó más
en cuenta y el profesor moderé su actitud. El resultado de mi
acto de protesta me impresionó mucho. Era una “huelga”
victoriosa.

Mi padre quiso que comenzara a llevar los libros de la
familia desde el momento que supe algunos números. Quiso
que yo aprendiera a servirme del ábaco. Como insistiera, me
dediqué a estas tareas en la tarde. Mi padre era un amo exigente.
Detestaba yerme ocioso y si no tenía libros que llevar, me hacía
trabajar en la finca. Era de carácter arrebatado, golpeándonos
frecuentemente a mis hermanos y a mí. No nos daba nunca
dinero y la comida era poco abundante. El día 1 de cada mes,
hacía una concesión a sus obreros y le s daba huevos con arroz,
pero jamás les daba carne. A mí no me dio huevos ni carne
jamás.

Mi madre era una mujer amable, generosa y simpática,
siempre dispuesta a repartir lo que poseía. Sentía piedad por los
pobres y les daba a menudo arroz cuando venían a pedirle
durante las hambrunas. Pero no podía hacerlo en presencia de
mi padre. El desaprobaba la caridad. A propósito de esto
tuvimos numerosas discusiones en casa.

Existían dos “partidos” en la familia. Uno lo representaba
mi padre, la Autoridad Directora. La oposición estaba formada
por mí, mi madre, mi hermano y a menudo, también el obrero.
En el “Frente Unido” de la oposición, sin embargo, existían
diferencias de opinión. Mi madre mantenía una política de
ataque indirecto. Criticaba toda exteriorización de sentimientos
íntimos y toda tentativa de rebelión abierta contra la Autoridad
Directora. Expresaba que ese no era el método chino.

Pero cuando tuve trece años descubrí un argumento de
peso para discutir con mi padre en su propio terreno, consistía
en citarle los clásicos. Las acusaciones favoritas de mi padre
consistían en acusarme de holgazanería y de irrespeto hacia él.
Yo citaba para responderle pasajes de los clásicos que
ordenaban a los mayores ser amables y afectuosos. Cuando me
acusaba de ser holgazán, le respondía que las personas mayores
deben trabajar más que los jóvenes, que teniendo él tres veces
mi edad, debía trabajar por lo tanto más que yo. Le expresaba
que cuando alcanzase su edad sería bien dinámico.

Mi padre continué “amasando riquezas”, o mejor dicho,
algo que era considerado como una fortuna en el pueblo. No
compró más terrenos, pero numerosos habitantes hipotecaron
con él sus terrenos. Su capital ascendía a dos mil o tres mil
dólares.

Mi descontento crecía. Un combate dialéctico se
desarrollaba siempre en nuestra familia. Ocurrió algo que
recuerdo particularmente. Cuan do tenía apenas trece años, mi
padre tuvo un día numerosos invitados a la casa y delante de
ellos tuvo lugar una disputa entre nosotros. Me acusó ante todos
de ser inútil y holgazán. Enfurecí. Le maldije y abandoné la
casa. Mi madre corrió detrás de mí y me conminó a volver. Mi
padre también me siguió, me maldijo y también me pidió
regresar. Fui hasta la orilla de un es-tanque y lo amenacé con
lanzarme si se acercaba. En esta situación, ofertas y
contraofertas fue ron cambiadas para la cesación de la guerra
civil. Mi padre insistió en que me excusase y me arrodillase en
signo de sumisión. Acepté inclinar una rodilla si me prometía
no castigar me. Es así como terminó la guerra, aprendí que
mientras defendía mis derechos rebelándome abiertamente, mi
padre se aplacaba, pero cuando permanecía humilde y sumiso,
me maldecía y me golpeaba de lo lindo.

Reflexionando, creo que al fin de cuentas vencí la
severidad de mi padre. Aprendí a aborrecerle y se creó contra él
un verdadero “Frente Unido”. Al mismo tiempo, esta severidad
me hizo bien, sin duda: me hizo llevar los libros con cuidado
para que él no tuviese ocasión de criticarme.

CÓMO SE FORJA UN HOMBRE NUEVO
 ( EL DOCUMENTO COMPLETO LO PUEDEN DESCARGAR EN EL SIGUIENTE LINK http://www.mediafire.com/view/?2zf2zqwyblfp8ov

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