(EL DOCUMENTO DE LISBOA ES DE MUCHA IMPORTANCIA PARA TODO REVOLUCIONARIO QUE ESTÁ CONSCIENTE DE LA FUERZA Y LO REACCIONARIO QUE EL IMPERIALISMO Y LÓGICAMENTE LOS BURGUESES LLEGAN SER TEMEROSOS DEL AVANCE DEL PROLETARIADO Y DE LA REVOLUCIÓN PROLETARIA MUNDIAL, PASÓ Y SIGUE PASANDO EN BRASIL Y EN CADA UNO DE LOS PAÍSES DEL MUNDO.)
Vencer las torturas es deber revolucionario
La dictadura militar brasileña necesita el terror policial tal como el pescado necesita el agua. Esta surgió en nuestro escenario histórico justa- mente para imponer el terror. Era necesario proteger los intereses del capital extranjero, de la alta burguesía nacional y de los latifundistas, amenazados por la relativa libertad existente en el gobierno João Goulart. Tal libertad facilitaba el esclarecimiento y la organización del pueblo por las fuerzas revolucionarias. Ese esclarecimiento y esa organización desembocarían, tarde o temprano, en una revelación total contra el dominio imperialista en nuestro país. Para matarla antes de nacer, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos revolvió el museo de nuestra historia, encontrando allá a sus agentes indica- dos, los generales más fascistas, más fieles a los monopolios norteamericanos y a sus aliados nacionales.
Para cumplir su misión, sabían y saben los generales, era indispensable prolongar la secular miseria de nuestro pueblo, desde que la mejora de las condiciones de vida de este es incompatible con el dominio de nuestra economía por los monopolios extranjeros y la estructura agraria, en la que predomina el latifundio. Sabían y saben los generales que su misión constituía la más vergonzosa traición, en el más terrible crimen contra el pueblo. Entretanto, aceptaron, y cumplen con perfección el papel de fieles lacayos del imperialismo yanqui. Para ellos, nada más honorable que los dólares recibidos y los elogios de Nixon al "milagro brasileño".
Del día a la noche, Brasil se transformó en el reino del capital extranjero. Empresas yanquis, alemanas, japonesas, inglesas, francesas, etc. invierten en Brasil, pues aquí se garantiza la expansión de sus lucros. Los generales brasileños, látigo en manos, protegen el capital extranjero contra los "altos sueldos", las huelgas y otros problemas, aunque de eso resulte más hambre, más desempleo, más enfermedades para los trabajadores.
Para ocultar sus crímenes contra el pueblo, los mi- litares montaron la más poderosa máquina de propaganda de la historia brasileña. A cada instante, ella vomita mentiras y busca explotar cínicamente el amor de las masas por los deportes y por las fiestas. Todo eso para impedir que el pueblo comprenda la causa real de sus sufrimientos; entretanto, cuanto más propaganda, saben los generales que es imposible esconder indefinida- mente la verdad. Es absurdo intentar convencer un hombre a amar a "una patria" que lo mata de hambre. Hagan lo que hagan los generales, jamás lograrán transformar al pueblo en un rebaño de mansos corderos dispuestos al sacrificio.
El pueblo brasileño, estos millones de explotados, nunca estuvo satisfecho con su miseria. Le resta apenas entender claramente quiénes son los responsables por esa miseria. Y es ahí donde se encuentra el inmenso papel de la vanguardia revolucionaria. Esa vanguardia es el destacamento organizado, consciente, de la clase obrera. Su misión histórica consiste en juntarse a las masas oprimidas y dirigirlas hacia la conquista del poder. Sin la acción de la vanguardia, sin la dirección de un Partido Comunista Revolucionario, la revolución del pueblo será siempre ciega e inconsecuente.
Comprendiendo la importancia de la vanguardia en el proceso revoluciona- rio, la dictadura militar, asistida y apoyada por los patrones yanquis, decidió aniquilar a todos los grupos que actúan como vanguardia. Además de las prisiones en masa, los verdugos de la dictadura torturan y matan a todos aquellos que no aceptan su dominio y luchan contra ella. La orden es de aplastar totalmente a las fuerzas revolucionarias, para impedir su trabajo de esclarecimiento junto al pueblo. En ese intento, los militares tienen apenas un arma poderosísima, considerada incluso por muchos revolucionarios como infalible: la tortura física y psicológica.
Gracias a la tortura, los militares lograron grandes victorias en su intento de aniquilar a las fuerzas revolucionarias. Gran parte de los grupos revolucionarios fueron profundamente afectados por la represión, causando el desbarate de sus organizaciones y generando un profundo escepticismo respecto a las posibilidades de hacer frente victoriosamente a la dictadura. Y que una parte bastante significativa de los revolucionarios presos no logró portarse con firmeza ante los torturadores, delatando a sus compañeros y abriendo para la policía los esquemas revolucionarios.
Aliada al liberalismo en cuestiones de seguridad, la delación ha sido la causa principal de los profundos golpes que amenazan destruir totalmente a gran parte de los grupos revolucionarios brasileños. ¿Por qué la delación? Por dos motivos:
1o - Por la falta de preparación ideológica de los militantes presos;
2o - Por la tesis oportunista, bastante difundida en algunos grupos, de que "existe un punto máximo”, más allá del cual nadie puede resistir a las torturas.
Consideramos de importancia capital, alejar la delación como regla de comportamiento revolucionario ante las torturas. Caso contrario, firmaremos el acta de óbito del movimiento revolucionario brasileño, desde que la dictadura jamás abandonará las torturas y consecuentemente el proceso de desbarate de las fuerzas revolucionarias conducirá a su total destrucción y desmoralización.
Es impostergable adquirir una postura correcta ante todas las armas utilizadas por el fascismo. Nuestra práctica ha confirmado que el militante revolucionario tiene la obligación de no delatar, de nada informar a los verdugos policías que pueda ayudarlos a golpear a la revolución. Por tanto, es esencial que el militante esté armado con una comprensión científica de la revolución, con la convicción de su papel de instrumento consciente de un proceso inevitable que le dará la seguridad de que la delación, la traición, es un mal mucho mayor que la muerte. El revolucionario consiente es capaz de vencer cualquier obstáculo; no existe "punto máximo" de tortura capaz de romper su dignidad de combatiente de la más justa de las causas - la liberación del hombre. Marx afirma que la teoría se transforma en fuerza material cuando se apodera de las masas. La teoría revolucionaria también se transforma en poderosa fuerza material cuando se apodera del combatiente de la causa proletaria, una fuerza tan potente que hace temblar, ante un hombre indefenso, a las fieras del fascismo sedientas de sangre.
La causa revolucionaria genera en sus militantes una resistencia que termina apenas con la muerte. Debemos y podemos resistir a cualquier tortura. El movimiento revolucionario está lleno de ejemplos que comprueban nuestra tesis. La opinión oportunista respecto al "punto máximo" es un con- trabando ideológico llevado al seno del movimiento por la pequeña-burguesía, históricamente vacilante y cobarde. Debemos rechazarla, junto con todos los vicios pequeño-burgueses como el liberalismo, el amoralismo y otros que tanto han contribuido para la debilitación en la revolución brasileña.
Nuestra gran tarea histórica, en este momento, es forjar un Partido Revolucionario de la clase obrera, un destacamento consiente, organizado, de vanguardia, capaz de juntarse al pueblo y conducirlo hacia la liberación definitiva. Para cumplirla, tenemos que ser "hombres de temple especial" incapaces de doblarse ante el látigo, sean cuales sean las circunstancias, incapaces de delatar, traicionar. Si actuamos así, dentro de poco tiempo, la dictadura fascista demostrará cómo su estructura es frágil ante el pueblo organizado, rebelado, decidido a construir de una vez por todas el camino de la felicidad.
Que sean cuales sean las condiciones, quede grabado en el espíritu de cada uno que delación es traición; que al hombre digno, honrado, nada es más terrible que servir al "lobo con rostro de hombre", el capitalismo y sus lacayos fascistas. Para ellos, apenas nuestro odio, nuestra certeza inquebrantable en el mañana libre, todas nuestras energías y, si es necesario, la última gota de nuestra sangre para que nazca el mañana.
ESCRITO POR MANOEL LISBOA, EN 1972.
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